sábado, 1 de febrero de 2014

DESCARGO DE CONCIENCIA


DESCARGO DE CONCIENCIA

         Érase un premio Nobel de medicina en una entrevista estrella por televisión. En un momento dado fue preguntado acerca de su pasado en general y respondió como si jamás hubiera roto un plato. No tenía conciencia de haber hecho nada mal o algo que rectificar. Yo quedé muy sorprendido por su respuesta y pensé que la edad había comenzado ya a causar estragos en el científico interrogado. Y es que yo siempre he tenido por cierto que uno de los signos de la sabiduría  y de la cordura consiste precisamente en tener conciencia de las limitaciones del ser humano. El humorista refleja esta misma convicción cuando dice que el tonto sólo encuentra éxitos en su vida mientras que el sabio encuentra también errores y fracasos.

         En otra ocasión el entrevistado fue un personaje bien conocido en el campo de la política. Cuando llegó el momento la entrevistadora le preguntó acerca de la posibilidad de que fuera designado Presidente del Gobierno de su nación y la respuesta no se hizo esperar. Ni siquiera se había planteado esta cuestión habida cuenta de su edad avanzada. Mi conclusión inmediata fue que este hombre entrado en años conservaba todavía una gran lucidez mental. En este contexto yo confieso que a lo largo de mi vida he cometido errores y equivocaciones personales y profesionales que se fueron subsanando con el paso del tiempo y el sentido de la responsabilidad. Pero a veces no me siento plenamente satisfecho ya que, a pesar de las enmiendas y rectificaciones llevadas a cabo, me queda un peso en la conciencia del que quisiera liberarme. Para entender el sentido verdadero de esta afirmación creo oportuno hacer algunas aclaraciones útiles.

         Hay personas que se sienten muy mal cuando cometen actos en desacuerdo con las costumbres y tradiciones que han recibido o con los principios éticos que han de guiar la conducta humana y sienten dentro de sí una voz persistente que les reprocha lo que han hecho. Aparece entonces eso que llamamos remordimiento de conciencia con el aditivo de un sentimiento de culpabilidad.

         Cuando esto ocurre se produce un desasosiego permanente en la conciencia de estas personas que sienten la necesidad de recuperar la paz interior perdida aceptando los errores cometidos y actuando de acuerdo con la verdad y los principios castizos de la ética humana. Pero no siempre ocurre así cuando la educación y las costumbres que hemos recibido de nuestros antepasados son equivocadas. La rectificación en estos casos pudiera interpretarse como rebeldía contra el orden establecido. Así las cosas, el sentimiento de culpabilidad puede ser reprimido pero no curado, lo cual tiene consecuencias nefastas. El remordimiento de conciencia persistente, en efecto, puede llevar a enfermar sicológicamente a las personas atrapadas por el sentimiento de culpabilidad arraigado en sus conciencias. ¿Cómo deshacernos de estos sentimientos tan indeseables y perturbadores?

         Las respuestas de la psicología convencional no resuelven el problema. Las pastillas pueden contribuir a mitigar el remordimiento de conciencia pero las causas del mismo no desaparecen. Tampoco vale iniciar un proceso de reeducación de la conciencia para acostumbrarnos a seguir unas normas de comportamiento social equivocadas. Ni el voluntarismo según el dicho de que querer es poder. Y menos aún el buscar consuelo mediante el recurso a la bebida, el sexo irresponsable o las drogas de todo tipo como puede ser el fumar.

         En mi opinión, de acuerdo con mi experiencia personal y profesional, la solución al problema tiene dos etapas. La primera consiste en reconocer sinceramente que hemos cometido errores y equivocaciones en la vida y tratar de corregirlos en la medida en que ello sea posible teniendo en cuenta que a lo imposible nadie está obligado. Este remedio tiene validez universal independientemente de los protocolos de conducta impuestos por la educación recibida y los códigos de la cultura dominante. El asumir los propios errores y corregirlos es, como he dicho antes, unos de los signos inequívocos de madurez humana.

         La segunda etapa consiste en confesar sacramentalmente nuestras culpas reconocidas como propias a Dios Padre, fuente del ser, del amor y de la vida. Hasta que no se llega a esta etapa el problema de los remordimientos de conciencia no queda totalmente resuelto. Cuando todo ese peso de remordimiento y culpabilidad desaparece la conciencia se descarga del mismo y vuelve la tranquilidad interior y la calma. Dicho lo cual, paso a explicar lo que quiero decir aquí cuando hablo de mi descargo de conciencia.

         Yo he llegado, gracias a Dios, a la segunda etapa decisiva para descargar mi conciencia pero hay algo que todavía me preocupa sin que ello me quite la paz y felicidad alcanzada con el reconocimiento de mis pecados ante Dios y la experiencia de su misericordia. Me refiero a los errores y equivocaciones relacionados con el ejercicio profesional como sacerdote.

         Después de 50 años de ministerio sacerdotal descubro que no siempre he estado a la altura de las circunstancias con mis comportamientos, consejos y enseñanzas. Lo cual significa que habré causado algún daño a personas que acudían a mí en busca de verdad y consuelo necesarios para vivir con dignidad. Cuando ha sido posible rectificar y pedir disculpas a los presuntamente damnificados lo he hecho de corazón y he sentido una gran satisfacción interior por ello.

         Pero en otros casos no ha sido posible esa rectificación directa y explícita. Así pues, cuando yo hablo aquí de descargo de conciencia por los errores cometidos durante mi servicio sacerdotal me refiero a esos casos que no han podido ser reparados de una forma directa y explícita en comunicación con los damnificados. A todos ellos y ellas les pido perdón por el daño que pudiera haberles causado con mis imprudencias y equivocaciones profesionales. Aquí termina mi descargo de conciencia ante Dios y los hombres pero con una matización importante. Antes de hacer esta confesión me encontraba muy tranquilo y feliz pero ahora mucho más pensando en que Dios conoce como nadie nuestros corazones y suple con su comprensión y amor todas nuestras debilidades humanas. (NICETO BLÁZQUEZ, O.P).

domingo, 16 de junio de 2013

NICETO BLÁZQUEZ, O.P.


MILA47


EL MILAGRO  DE LOS 50 AÑOS

         La vida de cada persona es un milagro patente por la forma misteriosa en que nace y se desarrolla de forma misteriosa y en muchos aspectos desconcertante. Pero a veces acaecen cosas en cada uno de nosotros más cargadas de misterio. Me explico. El día 30 de junio  del año 2013 se cumplieron 50 años de mi ordenación sacerdotal. Afortunadamente he podido contarlo a pesar de los problemas de salud que últimamente he tenido que afrontar. Nunca imaginé que yo pudiera llegar a la edad de 75 años de ministerio sacerdotal que significó la culminación de una trayectoria marcada por la búsqueda apasionada de la Verdad que da sentido a la existencia humana. Pero vayamos por partes. Durante aquella prolongada ceremonia de ordenación me sentí feliz pero muy cansado. Hasta tal extremo que en algún momento de dicha celebración llegué a pensar si mis fuerzas físicas darían de sí para resistir hasta el final. Pues bien, han pasado 50 años desde aquel día memorable hasta el mes de junio del 2013. ¿Cómo podía yo imaginar aquel día que iba a sobrevivir cincuenta años más? A este hecho es a lo que denomino “un milagro de cincuenta años”. Pero los hechos están ahí y sólo me resta añadir a ellos las consideraciones siguientes.

         En primer lugar, en el ministerio sacerdotal he cosechado las satisfacciones más grandes de mi vida. Además de hacer presente a Cristo muerto y resucitado con la celebración de la Eucaristía, la predicación del Evangelio que va aneja a dicha celebración fue un complemento felizmente consolador. Tengo la impresión de que encontré la forma de exponer la doctrina cristiana de suerte que mis oyentes encontraran a Dios a través de Cristo y se quedaran con Él y no conmigo. La despedida popular que reza así: “Vaya usted con Dios”, o “queden ustedes con Dios”, expresa muy bien lo que debe ser el ministerio sacerdotal como ayuda para que los demás encuentren a Dios y no como mera profesión lucrativa o de prestigio social.

         Igualmente me reportó muchas satisfacciones personales la administración del Sacramento de la Penitencia, o como comúnmente se dice, de la confesión. El año 2012 tuve que suspender casi todas mis actividades sacerdotales a causa de mi estado de salud siempre crítico, excepción hecha del Jueves Santo. En compensación tenía al lado de mi dormitorio una Capilla entrañable donde podía entrar y estampar un beso en la puerta del Tabernáculo, o abrirlo y tomar la comunión de forma discreta y entrañable cuando no me veía nadie. Todo quedaba así entre Cristo y yo solos.

         Por todo lo dicho en mis recuerdos y pensamientos en varios de mis libros comprenderá el lector que, al llegar a la cumbre de los cincuenta años de servicio sacerdotal, no encuentre palabras para expresar mi agradecimiento a Dios por este “milagro de los cincuenta años” transcurridos desde aquella fecha histórica del 30 de junio de 1963.

         Mis sentimientos de gratitud son extensivos, como no podía ser de otra manera, a mis padres, Emiliano y Delfina, que se desprendieron generosamente de mí para que siguiera libremente mi vocación de peregrino de la verdad. Y por extensión, a la Orden de Predicadores que puso a mi disposición los medios adecuados para que yo pudiera alcanzar esa verdad que ilumina, consuela y redime en este valle de lágrimas. Dicho lo cual, sólo me resta esperar a que después de este destierro existencial se produzca, como así espero, un encuentro feliz con Dios, fuente del ser, del amor y de la vida, llevado de la mano de su Rostro visible, que es Cristo, y de su amorosa Madre María. NICETO BLÁZQUEZ, O.P.

 

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